lunes, 19 de enero de 2009

Los Intocables...!


"No toques al ungido del Señor"

Seguramente estás familiarizado con esta frase. Es probable que te la han dicho, o tú se las has dicho a alguien más, refiriéndose a algún líder, anciano, pastor, apóstol, profeta, obispo, salmista, levita, etcétera (es que ahora hay cada título, pero ese es tema para un próximo artículo)… Y es que cuando se ha querido manifestar algún desacuerdo con alguno de los “ungidos” mencionados anteriormente, este versículo es citado más rápido que guillotina para hacer rodar la cabeza de quienes se atreven a pensar algo diferente a lo que estos “intocables” enseñan. De esto surgen varias preguntas:
  • ¿Quiénes son ungidos?
  • ¿Qué significa “tocar” o “extender la mano contra” el ungido?
  • ¿Es pecado confrontar a un “ungido”?
  • ¿Qué debo hacer para ser “ungido”?
¿Qué nos dice la Palabra de Dios al respecto? Cuando vamos a las páginas del Antiguo Testamento, observamos que habían tres personas a las que se podía referir como un “ungido”, y estas eran: el sumo sacerdote, los profetas y los reyes. También se llamaba así a los que tenían una misión importante para el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento, tal es el caso de Ciro en Isaías 45:1. En 2 Crónicas y el libro de Esdras, podemos ver que Dios "ungió", es decir, dio poder a Ciro para que éste llevara a cabo la repatriación de los judíos.

Ahora, para aquellos que están interesados en la fórmula infalible para llegar a ser un ungido, lo primero que queremos decirles es que NO ES NECESARIO USAR UN TRAJE DE COLOR BLANCO U OSTENTOSO. La respuesta es un poco más sencilla: cuando leemos el Nuevo Testamento, nos encontramos con una verdad sorprendente que quizá no guste a más de uno, sobre todo a quienes se creen que son los únicos ungidos y a quienes se inclinan ante estos "becerros de oro": TODOS AQUELLOS QUE HEMOS CREÍDO EN CRISTO COMO SEÑOR Y SALVADOR SOMOS UNGIDOS. La unción viene como resultado inevitable del bautismo del Espíritu Santo. Esto lo podemos ver en pasajes como los siguientes:

Pero vosotros tenéis unción del Santo, y todos vosotros lo sabéis.
1 Juan 2:20 (BLA)

Y en cuanto a vosotros, la unción que recibisteis de El permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; pero así como su unción os enseña acerca de todas las cosas, y es verdadera y no mentira, y así como os ha enseñado, permanecéis en El.
1 Juan 2:27 (BLA)

(Aquí vale la pena hacer una aclaración importante: ¿A qué se refiere que no tienen que dejarse enseñar? La respuesta, según el contexto, es que no debemos dejarnos enseñar por los falsos maestros. Lamentablemente este texto es mal usado con frecuencia para decir que "nadie debe enseñar" aparte de los "ungidos").

Mientras ahondamos en el tema, debemos subrayar el hecho de que la palabra “unción” sólo se menciona estas tres veces en el Nuevo Testamento (entonces no parece ser algo en lo que se quiera poner mucho énfasis). Entonces, ¿qué pasa con la "unción"?

En el idioma griego, la palabra que se traduce como “unción” es chrisma, que literalmente significa “asignación, tarea en particular, formalmente y unción”. De esta palabra surge el término “Cristo”, el cual llegó al griego con una traducción del hebreo ha-mashiah o Mesiah, que significa “ungido”. Por lo tanto, podemos llegar a la conclusión de que el ungido por excelencia es nuestro Señor Jesucristo.

Sin embargo, como vimos en los textos bíblicos mencionados anteriormente, TODOS LOS CREYENTES SOMOS UNGIDOS:

Ahora bien, el que nos confirma con vosotros en Cristo y el que nos ungió, es Dios.
2 Corintios 1:21 (BLA)

La Palabra nos dice que Dios es quien nos ungió, pero esta unción la realiza por medio del Espíritu Santo. Observemos el siguiente texto bíblico:

Vosotros sabéis cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder, el cual anduvo haciendo bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con El.
Hechos 10:38

Pero, ¿para qué sirve esta unción que Dios realiza por medio del Espíritu Santo? ¿Será acaso para pensar que somos superiores a los demás? ¿Para argumentar un "nivel espiritual" que me convierte en "intercesor" o "mediador" entre los hombres y Cristo? Debemos añadir, además que si queremos basarnos en el significado original de la palabra "unción" en el idioma griego, nos damos cuenta de que todo cristiano tiene una asignación y una tarea para cumplir, que es la Gran Comisión, descrita en Mateo 28:19-20. Miremos lo que dice este pasaje sobre el propósito de la unción que nos da el Espíritu Santo:

Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.
Hechos 1:8

La unción que tenemos, entonces, no es para hacer show, para hacer despliegue de "poder", ni mucho peor para argumentar una posición especial "más cerca del cielo", sino para que seamos testigos de Cristo. Eso debe quedarnos en claro. Si tenemos hambre y sed de "poder", pero en ningún momento estamos pensando en proclamar a Cristo a todas las naciones, entonces hay algo mal con nuestro entendimiento de la razón por la cual el Espíritu Santo vino a morar en el creyente.

La Palabra nos dice que, en Cristo, todos somos iguales (Gálatas 3:28, Colosenses 3:11). No hay judío ni griego, ni libre ni esclavo, ni hombre ni mujer. A los ojos de Dios, todos los que hemos creído en Cristo como Señor y Salvador somos sacerdotes y reyes:

Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable
1 Pedro 2:9 (BLA)

Después que hemos visto el significado de lo que significa “ungido”, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, podemos encontrar en la Biblia lo que significa “tocar” al ungido. En los últimos tiempos nos han citado mucho esta frase para advertirnos que ni se nos ocurra contradecir lo que dice alguien que se hace llamar pastor, profeta, apóstol, obispo o cualquier otro título.

Uno de los versículos lema para afirmar esto es el siguiente:

El SEÑOR me guarde de hacer tal cosa contra mi rey, el ungido del SEÑOR, de extender contra él mi mano, porque es el ungido del SEÑOR.
1 Samuel 24:6 (BLA)

Recordemos, antes de avanzar, que JAMÁS podemos interpretar un versículo fuera de su contexto. La historia detrás de este pasaje es que el rey Saúl (el ungido) estaba persiguiendo a David para quitarle la vida. Es entonces cuando David decide esconderse en una cueva que resulta ser justamente la misma que Saúl elige para poder hacer sus necesidades en privado. Los compañeros de David al insistir que lo mate, David responde con las palabras del versículo citado anteriormente.

Por lo tanto, cuando se habla de “extender la mano” o “tocar”, la Palabra realmente se refiere a quitarle la vida a alguien, matarlo físicamente. En ningún momento, “tocar” es lo que se enseña actualmente, que implica estar en desacuerdo, reprender, exhortar o señalar el pecado de alguien que se dice ungido. Como vimos en la Escritura en los textos anteriormente mencionados, TODOS LOS QUE TENEMOS EL ESPÍRITU SANTO SOMOS UNGIDOS. Y nos es necesario obedecer lo que la Palabra de Dios nos manda:

Te Encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye; reprende; exhorta con toda paciencia y doctrina.
2Timoteo 4 1-2

La mala interpretación de lo que implica "extender la mano" o "tocar" lo único que logra es que seamos condescendientes con las fallas de otros. En lugar de ayudar a corregir el camino, somos cómplices de su mala conducta y muchas veces dejamos en la impunidad pecados graves que son encubiertos, maquillados y enmascarados. Nos han enseñado que la justicia se aplica de manera diferente para el pastor que para cualquier otro siervo de Dios, pero, ¿qué clase de justicia es esa? Antes bien, quien está en un lugar de autoridad tiene más responsabilidad, la Palabra exige que sea irreprensible, no porque nadie deba o pueda reprenderlos, sino porque no debería existir ningún motivo para hacerlo. Ni Dios ni los hombres deben encontrar falla alguna en él, es decir, tiene que ser una persona que teme a Dios, que demuestra madurez y amor en su conducta.

La Biblia nos muestra algunos ejemplos de "ungidos" que fueron confrontados y encontrados en el error. Algunos reaccionaron de manera positiva, y otros no. En algunos casos, se les señaló el pecado con mucha dureza. Observemos:

  • En 1 Samuel 15, Samuel confrontó a Saúl, a quien él mismo ungió como rey.
  • En 2 Samuel 12, Natán confrontó a David por el pecado que cometió y le declara cuáles serán las consecuencias de sus acciones.
  • En Gálatas 2, Pablo confrontó a Pedro. Es interesante notar que Pedro fue apóstol antes que Pablo y era el anciano de Jerusalén en esa época, es decir, tenía “mayor rango”, si lo ponemos en nuestros términos. Aun así, le confrontó en público y tuvieron una fuerte discusión.
  • Jesús se enfrentó continuamente con los fariseos, quienes eran los líderes religiosos de la época. Los fariseos serían el equivalente al pastor o al cuerpo de ancianos, eran la mayor autoridad en asuntos de fe.

Después de analizar esta evidencia bíblica, ¿es correcto o no confrontar a algún líder de la Iglesia si éste pudiera estar ofendiendo a Dios con lo que dice o hace? Pues la Palabra muestra que es correcto.

Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra.
2 Timoteo 3:16 (BLA)

Otra de las cosas que se reitera con insistencia en nuestras iglesias es el hecho de que el pastor, anciano, apóstol, etcétera, es la cabeza de la congregación y se le debe obedecer ciegamente en todo. Sin embargo, cuando miramos lo que dice la Palabra de Dios, nos damos cuenta que sólo Cristo es la cabeza de la Iglesia. El único lugar en el Nuevo Testamento donde se menciona que una persona es cabeza de otra es en 1 Corintios 11:3, donde nombra al marido como cabeza de su mujer. Todos somos el cuerpo, y cumplimos diferentes funciones dentro del mismo, sin que una persona tenga “mayor rango” que otra. La autoridad da Dios a las personas que viven con un buen testimonio, no la da un título.

Basémonos solamente en la Palabra. El corazón del pastor o del líder que está al frente de una congregación debe ser como Pedro lo indica en su carta:

Pastoread el rebaño de Dios entre vosotros, velando por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios; no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo; tampoco como teniendo señorío sobre los que os han sido confiados, sino demostrando ser ejemplos del rebaño. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, recibiréis la corona inmarcesible de gloria.
1 Pedro 5:2-4 (BLA)

Nosotros debemos tomar el ejemplo de Jesucristo. El Señor no tuvo reparos a la hora de hablar del error de los líderes de su tiempo como los fariseos. Él los exhortó, los corrigió y hasta se dirigió a ellos con palabras muy duras. Nosotros también podemos corregir y ser corregidos, porque ahora todos tenemos la misma capacidad. Todos somos sacerdotes, todos somos reyes, todos somos parte del cuerpo. Debemos estar conscientes que los pastores están a cargo de la gente, son responsables por las ovejas, pero eso no les hace superiores. Al contrario, demanda más de ellos, demanda servicio, no les excluye de los pasajes que dicen que nos sometamos unos a otros en amor.

Y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.
1 Pedro 5:5b (BLA)

Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás.
Filipenses 2:3-4 (BLA)

Esto lo decimos con temor y temblor, sabiendo que el Señor nos ha hecho un llamado y algún día, cuando Dios así lo quiera, estaremos al frente de una congregación. Esta exhortación va primero para nosotros mismos. Que Dios tenga misericordia de nosotros.

Queremos animarte a que compruebes con la Palabra ABSOLUTAMENTE TODO lo que te enseñen los hombres (incluyendo lo que acabas de leer). Recordemos que todo ser humano es falible, toda teología está sujeta al error de quien la esboza, pero la Escritura no falla nunca. ¡No olvidemos jamás que la Biblia es la palabra profética más segura!

miércoles, 14 de enero de 2009

¿Cuál es la clase de corazón que Dios aviva? - 2da Parte


En Lucas 7, Jesús es invitado a cenar en la casa de Simón el Fariseo. Las Escrituras nos dicen que allí había una mujer que había vivido un estilo de vida pecaminoso en ese pueblo, y que aparentemente era ampliamente conocida. Cuando ella escuchó que Jesús había ido a la casa de Simón el Fariseo para cenar, fue a esa casa, presumiblemente sin haber sido invitada, y llevó consigo una caja de alabastro con perfume. Ella inmediatamente se arrojó hacia los pies de Jesús mientras Él cenaba. Las Escrituras dicen que ella se mantuvo a Sus pies, ungiéndolos. Todo lo que esta mujer pecadora hizo fue estar a los pies de Jesús, llorando; y esta es una imagen, así lo creo, del quebrantamiento y del arrepentimiento que había en su corazón aún antes de llegar a ese lugar.

Mientras sus lágrimas empezaron a caer sobre los pies de Jesús, que esta es una imagen del perdón que ella experimentó cuando Jesús secó sus pecados y limpió su corazón pecaminoso. Y luego, en libertad de corazón, sin importarle nadie a su alrededor o lo que pensaran, se arrodilló más para besar los pies de Jesús, para adorarlo, para amarlo. Luego tomó ese frasco de alabastro y derramó el perfume sobre los pies de Jesús, como si ella no se diera cuenta del resto de la gente que estaba en el cuarto. ¡Lo único que le importaba era Jesús! Y se derramó delante de Él en un espíritu quebrantado, contrito. Simón el Fariseo es la imagen de un hombre orgulloso, no quebrantado, que estaba molesto y dijo para sus adentros, “Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la que lo está tocando, y qué clase de mujer es: una pecadora”.

Pero Jesús no solamente sabía qué clase de mujer era ella, sino que también sabía qué clase de pecador era él. Jesús le habló y le dijo, “Simón, tengo algo que decirte”. “Dime, Maestro”, respondió. Y Jesús contó la historia de que dos personas le debían ciertas cantidades de dinero a un prestamista. El uno debía una cantidad extravagante y el otro solamente una cantidad insignificante, pero ninguno tenía el dinero para pagar, así que el prestamista les perdonó su deuda a los dos. Jesús le preguntó a Simón, “Ahora bien, ¿cuál de los dos lo amará más?” Y Simón dijo, “Supongo que aquel a quien más le perdonó”. Jesús dijo, “Has juzgado bien”, "pero hay algo que no has entendido bien acerca de mí". Se dirigió hacia la mujer y le dijo a Simón, “¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies, pero ella me ha bañado los pies en lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. Tú no me besaste, pero ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con aceite, pero ella me ungió los pies con perfume. Por eso te digo: si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados. Pero a quien poco se le perdona, poco ama”.

¿Suponemos que Simón tenía menos cosas que perdonar de las que tenía esta mujer de la calle? Yo pienso que no; ambos eran pecadores. La única diferencia era que ella sabía que lo era y que Simón, en la ceguera y en el orgullo de su corazón, no podía verse como a un pecador necesitado. Una ilustración más está en Lucas 15, cuando Jesús contó tres parábolas. En el primer versículo se nos dice quiénes estaban en Su audiencia. Había dos grupos de personas: estaban los publicanos y pecadores, y se nos dice que ellos se habían acercado a Jesús y se aferraban ávidamente a toda palabra Suya. Ellos necesitaban a Jesús y sabían que Lo necesitaban. Luego, había otro grupo: los Fariseos y los Escribas, los maestros de la ley, y estos susurraban, murmuraban y criticaban, como usualmente hacían. "¿Pueden creer que este hombre recibe a los pecadores y come con ellos? ¿Qué les parece?" Así que Jesús contó tres parábolas, dirigiéndose a los dos segmentos de su audiencia.

Cada uno de nosotros en nuestros corazones, calza dentro de una de estas dos categorías. Jesús habló primero de la oveja perdida, luego de la moneda perdida, y luego del hijo perdido. Contó sobre los dos hermanos y cómo el menor de ellos, con un corazón orgulloso, rebelde, necio y desobediente, tomó su parte de la herencia y se fue a una tierra lejana en donde se la gastó toda en una vida descontrolada. Pero luego, empezó a sentir necesidad. A menudo es nuestra necesidad lo que nos lleva al sendero del quebrantamiento y del arrepentimiento. Finalmente, cuando ya no tenía recursos propios, habiendo intentado todas las cosas posibles para vivir por su cuenta, ahora insolvente y golpeado por la pobreza, la Escritura dice que este joven se quebrantó y que, en su quebrantamiento, entró en razón, volvió en sí. Se volvió honesto para aceptar cuál era su condición verdadera y lo reconoció: “Tengo que volver a mi padre”.

Este es un paso de arrepentimiento, alejarme de mi propio camino y dirigirme hacia el camino de mi Padre. Luego él se decidió a hacer la confesión adecuada, “He pecado contra el cielo, he pecado contra ti”. Y entonces él se decidió a decirle a su padre, aunque a lo mejor él nunca le dio la oportunidad de decir todas las palabras, “Ya no merezco que se me llame tu hijo; trátame como si fuera uno de tus jornaleros”. Como se puede ver, esa es la actitud del corazón de una persona quebrantada, humilde. “No soy digno de que extiendas tu gracia a mí, Oh, Dios, simplemente déjame ser uno de tus siervos”. Ya sabemos cómo el padre dio la bienvenida a su hijo, lo abrazó. El corazón de Padre que tiene Dios nos alcanza, nos da la bienvenida y abraza a los pecadores de corazones quebrantados. “¡Pronto! Traigan la mejor ropa para vestirlo. Pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies”. Hagamos una fiesta, celebremos.

Me parece, sin embargo, que no estamos muy familiarizados con la segunda parte de esta historia. Había otro hermano, el hermano mayor. Las Escrituras nos dicen en Lucas 15:25, “Mientras tanto, el hijo mayor estaba en el campo”. Era un buen chico; estaba allá afuera haciendo lo que se suponía que debía hacer, era fiel, trabajaba arduamente. Él nunca había sido desobediente ni rebelde. Era fiel y buen trabajador. Por cierto, puedo decir solamente desde mi corazón y por mi andar con el Señor y por mi peregrinaje con Él, que los años de adaptación, un deseo oculto de reconocimiento y las expectativas no satisfechas, pueden hacer que nos convirtamos en los Fariseos del Siglo 21. Aquí vemos a un hijo fiel, trabajador, que está en el campo y se acerca a la casa, escucha música y baile, pero en lugar de acudir a la fuente para averiguar lo que pasaba, se acerca a un siervo y le pregunta. El siervo le cuenta los hechos pero no la verdad; y la gente orgullosa y no quebrantada no quiere escuchar la verdad.

El siervo dijo, “Llegó tu dañado hermano y tu padre le ha hecho una fiesta”. Él no dijo, “Tu hermano, recordarás cómo se fue tan arrogante, ha regresado pero ya no es la misma persona. Está quebrantado, humilde, arrepentido, no había comido algo bueno por mucho tiempo, pero su corazón está roto y tu padre le ha perdonado. Así que es tiempo de celebrar”. El hermano mayor escuchó que el menor había venido a la casa, y no pudo regocijarse. El padre, al escuchar sobre la ira del hermano mayor, dejó la fiesta, y me han dicho que en la familia judía, cuando el padre se levantaba, la fiesta debía parar, así que la fiesta paró mientras el padre lidiaba con el orgulloso y no quebrantado hermano mayor.

¿No se parece esto a muchos de nuestros ministerios, iglesias y hermanos hoy en día? No tenemos una celebración, no hay gozo porque nos toca lidiar con toda la gente orgullosa, no quebrantada, resentida y que se siente estafada. Así que al mirar a este hermano mayor, recuerdo que mientras más alto subimos en términos de influencia, liderazgo, responsabilidad y fidelidad al servicio, más fácil es que nos volvamos orgullosos y ciegos ante la verdadera condición de nuestros corazones. Nos auto-engañamos al pensar que no necesitamos ser quebrantados, y esto se vuelve más difícil para nosotros porque después de todo, tenemos más cosas que perder en términos de nuestra reputación. Mientras pensamos en estas diferentes comparaciones, permítame preguntarle con cuál de ellas se identifica. ¿Se identifica con el orgulloso rey Saúl, con los fariseos, con el hermano mayor? ¿Se identifica con el adúltero David, con el quebrantado y pecador recaudador de impuestos, con la mujer pecadora, con el hijo pródigo?

Bueno, a lo mejor no piensen que son una de esas personas. En cada una de estas comparaciones vemos que ambas partes han pecado; la única diferencia estaba en su respuesta a ese pecado, en si estaban orgullosos o no quebrantados, o humildes y quebrantados delante de Dios, conscientes de su pecado. A Dios le ofenden más, así lo creo, el pecho salido, el cuello firme, los ojos altivos y el espíritu al que no se le puede enseñar nada; de lo que le ofenden el sodomita, la prostituta, el adúltero, el asesino y el abortista. Porque, a menudo, aquellos que están tan envueltos en pecados de la carne, saben que son pecadores. Pero aquellos de nosotros que somos los hermanos mayores, los líderes respetables, los fariseos, aquellos que tenemos todas las cosas en orden, a menudo pensamos que es difícil reconocer la verdadera necesidad de nuestros corazones.

Continuará...

miércoles, 7 de enero de 2009

¿Cuál es la clase de corazón que Dios aviva? 1ra Parte


Esta es la transcripción de una conferencia que Nancy Leigh DeMoss expuso para el ministerio Family Life y fue tomada del programa radial Vida en Familia Hoy...

Sentí que el Señor me dirigía para abordar en esta mañana, uno de los ingredientes más cruciales para experimentar esa visitación del Espíritu de Dios, no sólo en esta semana, sino de una manera permanente en los días por venir. Por tanto nos hacemos la pregunta, “¿Cuál es la Clase de Corazón que Dios Aviva?” ¿Y qué es lo que se requiere en mi corazón para experimentar un avivamiento continuo, permanente?

Escuche lo que dicen las Escrituras y pienso que la respuesta será clara. “Porque lo dice el excelso y sublime, el que vive para siempre, cuyo nombre es santo: ‘Yo habito en un lugar santo y sublime, pero también con el contrito y humilde de espíritu, para reanimar el espíritu de los humildes y alentar el corazón de los quebrantados. El Señor está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido. Tú no te deleitas en los sacrificios ni te complacen los holocaustos; de lo contrario, te los ofrecería. El sacrificio que te agrada es un espíritu quebrantado; tú, oh Dios, no desprecias al corazón quebrantado y arrepentido”.

Más adelante el Señor le dice a este hombre, “Yo estimo a los pobres y contritos de espíritu, a los que tiemblan ante mi palabra”. Luego escuchamos las palabras del Señor Jesús, “Dichosos los pobres en espíritu,” los que están en bancarrota, los que están sufriendo por la pobreza, los que están insolventes, los que no tienen recursos propios, “porque el reino de los cielos les pertenece”. Y bienaventurados son aquellos que se lamentan por su pecado, aquellos que se contristan con lo que contrista el corazón de Dios, porque ellos experimentarán el consuelo que sólo Dios puede dar.

Al escuchar esos versículos, y pensamos en muchos otros como estos en las Escrituras, ¿cuál es la clase de corazón que Dios aviva? El corazón que Dios aviva es el quebrantado, el contrito, el corazón humilde. Estamos tentados a pensar en el avivamiento principalmente como a un tiempo de gozo, bendición, plenitud, emoción, entusiasmo, maravilla y exuberante abundancia. Y de hecho, esto será así en su momento. Pero en los caminos de Dios, el camino hacia arriba es para abajo y uno de los líderes del avivamiento de Borneo en 1973 nos recuerda que los avivamientos no empiezan alegremente cuando todos la están pasando bien. Estos empiezan con un corazón roto y con un corazón contrito.

Como podrán ver, nunca encontraremos a Dios en el avivamiento a menos que primero lo hayamos encontrado en el quebrantamiento. La epístola de Santiago nos recuerda y nos hace este llamado “Acérquense a Dios, y él se acercará a ustedes”. Pero primero, “¡Pecadores, límpiense las manos! ¡Ustedes los inconstantes, purifiquen su corazón! Reconozcan sus miserias, lloren y laméntense. Que su risa se convierta en llanto, y su alegría en tristeza. Humíllense delante del Señor, y él los exaltará”. Ahora bien, hay algunos a los que no les importa mucho esta idea del quebrantamiento. Creo que a lo mejor esto se debe a que tenemos algunos conceptos errados acerca de lo que realmente es el quebrantamiento. Como podrán ver, nuestra idea sobre el quebrantamiento y la idea que Dios tiene sobre éste podrían ser dos cosas distintas.

Tendemos a pensar que el quebrantamiento, por ejemplo, es triste, gris y depresivo, que nunca sonríe, que nunca ríe. O que se trata de una melancólica introspectiva que siempre está tratando de desenterrar algún nuevo pecado a confesar. Algunos tienen la imagen de que el quebrantamiento es una clase de humildad falsa en donde continuamente nos reducimos a nosotros mismos. Para algunos, la palabra quebrantamiento conjura imágenes de experiencias profundamente emotivas y derramar muchas lágrimas. Pero, quiero decir en este día que podría haber muchas lágrimas sin quebrantamiento y que en algunos casos podría haber un quebrantamiento genuino sin derramamiento de lágrimas. Hay aquellos que piensan que el quebrantamiento es lo mismo que las circunstancias profundamente dolorosas de sus vidas. Pero nuevamente diría que es posible haber experimentado profundas heridas y tragedias y aún así nunca haber experimentado un quebrantamiento genuino.

¿Saben?, el quebrantamiento no es un sentimiento, no es una emoción, es una decisión que tomo. Es un acto de mi voluntad. Y el quebrantamiento no es principalmente una experiencia de una sola vez o una experiencia de crisis de la vida, a pesar de que eso podría ocurrir. El quebrantamiento es más bien, un estilo de vida continuo y permanente; es un acuerdo de estilo de vida que se hace con Dios acerca de la verdadera condición de mi corazón y de mi vida, como sólo Él puede verla. Es un estilo de vida de rendición incondicional y absoluta de mi voluntad ante Dios; así como el caballo que ha sido domesticado, se rinde y es sensible a la dirección y a los deseos de su jinete. Es un estilo de vida que dice, “Sí, Señor, que no se haga mi voluntad sino la Tuya”. El quebrantamiento es el anularme a mí misma de modo que la vida, el espíritu, la fragancia y la vida de Jesús salgan a través de mí. El quebrantamiento es un estilo de vida que me lleva a responder en humildad y obediencia al convencimiento del Espíritu de Dios y de Su Palabra, y dado que Su convencimiento es continuo, mi quebrantamiento debe ser continuo.

El quebrantamiento es un estilo de vida que me lleva en dos direcciones. Es un estilo de vida vertical, sin techo, por así decir, en mi relación con Dios, mientras camino a la luz de la honestidad y humildad transparentes delante de Él. Pero es un estilo de vida que también requiere que yo exista sin paredes en mi relación con los demás. En las Escrituras hay unas ilustraciones maravillosas de personas quebrantadas; y frecuentemente, esas ilustraciones son contrastadas con las vidas de aquellos que no estaban quebrantados. Pienso, por ejemplo, en dos reyes del Antiguo Testamento que se sentaron en el mismo trono. Uno de ellos cometió un pecado serio contra el corazón de Dios, cometió adulterio, mintió, cometió asesinato para cubrir su pecado, y luego vivió durante un extenso período de tiempo, cubriendo su pecado desleal y traicionero delante de Dios y delante de su pueblo. Y aún así, en las Escrituras se nos dice que el Rey David era un hombre conforme al corazón de Dios.

Pensemos en el rey que lo antecedió, el rey Saúl, que pecó y si comparamos, si medimos su pecado, éste ni empieza a ser tan grande como el del Rey David. De lo único de lo que Saúl era culpable, si lo vemos de pasada, era de tener una obediencia incompleta. Y aún así, en respuesta a su pecado, él perdió su reino, su familia fue destruida, y estuvo bajo la ira y el juicio de Dios. ¿Por qué la diferencia? Los dos hombres fueron confrontados por profetas respecto a su pecado; y ambos dijeron verbalmente, “He pecado”. Pero como se puede ver, cuando el Rey Saúl confesó su pecado, su confesión se enmarcó en el hecho de culpar a la gente, de defenderse, de poner excusas, de racionalizarlo, de justificarse. Saúl reveló la verdadera condición de su corazón, cuando con el mismo aliento con el que dijo “He pecado”, dijo también “Por favor, no se lo digas al pueblo”. Lo enmascaró, mientras que el Rey David, al ser confrontado por su pecado, se inclinó con su rostro en el suelo delante de Dios, confesándolo, y la evidencia de ese corazón contrito es que escribió, para que todo el mundo lo viera, esos Salmos de contrición que tenemos en nuestras Escrituras hoy en día.

Como se puede ver, a una persona quebrantada no le importa quién lo sepa. A Dios no le preocupaba la naturaleza del pecado en sí misma, tanto como le preocupaba la actitud del corazón en la respuesta que dieron estos hombres cuando les confrontaron con sus pecados. Luego el Evangelio de Lucas nos da tres maravillosas ilustraciones en las que vemos comparaciones entre una persona quebrantada y una persona orgullosa no quebrantada. Recordarán la parábola que contó Jesús, y la Escritura nos dice que la contó a aquellos que confiaban en su propia justicia y que despreciaban a los demás. Él contó acerca de dos hombres que fueron al Templo para orar. Como recordarán, esto está en Lucas 18; uno de ellos era un Fariseo y, mientras se detenía para orar, las Escrituras dicen que él oraba consigo mismo y que su oración consistía en que miraba a su alrededor y se comparaba con todos los adúlteros, ladrones y malhechores que conocía y con un pequeño recaudador de impuestos que tenía a su lado, diciendo, “Oh, Dios, te doy gracias porque no soy como esos otros hombres pecadores que veo”. La gente orgullosa se compara con los demás. De manera que se estaba justificando; reclamaba su propia inocencia.

Pero allí a su lado, estaba un pequeño, despreciado recaudador de impuestos que ni siquiera se atrevía a alzar la vista el cielo sino que en la presencia de la santidad de Dios se golpeaba el pecho y decía, “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!” Como se puede ver, él se negó a justificarse a sí mismo, a dar excusas; en lugar de eso, justificó a Dios.

Continuará...