miércoles, 7 de enero de 2009

¿Cuál es la clase de corazón que Dios aviva? 1ra Parte


Esta es la transcripción de una conferencia que Nancy Leigh DeMoss expuso para el ministerio Family Life y fue tomada del programa radial Vida en Familia Hoy...

Sentí que el Señor me dirigía para abordar en esta mañana, uno de los ingredientes más cruciales para experimentar esa visitación del Espíritu de Dios, no sólo en esta semana, sino de una manera permanente en los días por venir. Por tanto nos hacemos la pregunta, “¿Cuál es la Clase de Corazón que Dios Aviva?” ¿Y qué es lo que se requiere en mi corazón para experimentar un avivamiento continuo, permanente?

Escuche lo que dicen las Escrituras y pienso que la respuesta será clara. “Porque lo dice el excelso y sublime, el que vive para siempre, cuyo nombre es santo: ‘Yo habito en un lugar santo y sublime, pero también con el contrito y humilde de espíritu, para reanimar el espíritu de los humildes y alentar el corazón de los quebrantados. El Señor está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido. Tú no te deleitas en los sacrificios ni te complacen los holocaustos; de lo contrario, te los ofrecería. El sacrificio que te agrada es un espíritu quebrantado; tú, oh Dios, no desprecias al corazón quebrantado y arrepentido”.

Más adelante el Señor le dice a este hombre, “Yo estimo a los pobres y contritos de espíritu, a los que tiemblan ante mi palabra”. Luego escuchamos las palabras del Señor Jesús, “Dichosos los pobres en espíritu,” los que están en bancarrota, los que están sufriendo por la pobreza, los que están insolventes, los que no tienen recursos propios, “porque el reino de los cielos les pertenece”. Y bienaventurados son aquellos que se lamentan por su pecado, aquellos que se contristan con lo que contrista el corazón de Dios, porque ellos experimentarán el consuelo que sólo Dios puede dar.

Al escuchar esos versículos, y pensamos en muchos otros como estos en las Escrituras, ¿cuál es la clase de corazón que Dios aviva? El corazón que Dios aviva es el quebrantado, el contrito, el corazón humilde. Estamos tentados a pensar en el avivamiento principalmente como a un tiempo de gozo, bendición, plenitud, emoción, entusiasmo, maravilla y exuberante abundancia. Y de hecho, esto será así en su momento. Pero en los caminos de Dios, el camino hacia arriba es para abajo y uno de los líderes del avivamiento de Borneo en 1973 nos recuerda que los avivamientos no empiezan alegremente cuando todos la están pasando bien. Estos empiezan con un corazón roto y con un corazón contrito.

Como podrán ver, nunca encontraremos a Dios en el avivamiento a menos que primero lo hayamos encontrado en el quebrantamiento. La epístola de Santiago nos recuerda y nos hace este llamado “Acérquense a Dios, y él se acercará a ustedes”. Pero primero, “¡Pecadores, límpiense las manos! ¡Ustedes los inconstantes, purifiquen su corazón! Reconozcan sus miserias, lloren y laméntense. Que su risa se convierta en llanto, y su alegría en tristeza. Humíllense delante del Señor, y él los exaltará”. Ahora bien, hay algunos a los que no les importa mucho esta idea del quebrantamiento. Creo que a lo mejor esto se debe a que tenemos algunos conceptos errados acerca de lo que realmente es el quebrantamiento. Como podrán ver, nuestra idea sobre el quebrantamiento y la idea que Dios tiene sobre éste podrían ser dos cosas distintas.

Tendemos a pensar que el quebrantamiento, por ejemplo, es triste, gris y depresivo, que nunca sonríe, que nunca ríe. O que se trata de una melancólica introspectiva que siempre está tratando de desenterrar algún nuevo pecado a confesar. Algunos tienen la imagen de que el quebrantamiento es una clase de humildad falsa en donde continuamente nos reducimos a nosotros mismos. Para algunos, la palabra quebrantamiento conjura imágenes de experiencias profundamente emotivas y derramar muchas lágrimas. Pero, quiero decir en este día que podría haber muchas lágrimas sin quebrantamiento y que en algunos casos podría haber un quebrantamiento genuino sin derramamiento de lágrimas. Hay aquellos que piensan que el quebrantamiento es lo mismo que las circunstancias profundamente dolorosas de sus vidas. Pero nuevamente diría que es posible haber experimentado profundas heridas y tragedias y aún así nunca haber experimentado un quebrantamiento genuino.

¿Saben?, el quebrantamiento no es un sentimiento, no es una emoción, es una decisión que tomo. Es un acto de mi voluntad. Y el quebrantamiento no es principalmente una experiencia de una sola vez o una experiencia de crisis de la vida, a pesar de que eso podría ocurrir. El quebrantamiento es más bien, un estilo de vida continuo y permanente; es un acuerdo de estilo de vida que se hace con Dios acerca de la verdadera condición de mi corazón y de mi vida, como sólo Él puede verla. Es un estilo de vida de rendición incondicional y absoluta de mi voluntad ante Dios; así como el caballo que ha sido domesticado, se rinde y es sensible a la dirección y a los deseos de su jinete. Es un estilo de vida que dice, “Sí, Señor, que no se haga mi voluntad sino la Tuya”. El quebrantamiento es el anularme a mí misma de modo que la vida, el espíritu, la fragancia y la vida de Jesús salgan a través de mí. El quebrantamiento es un estilo de vida que me lleva a responder en humildad y obediencia al convencimiento del Espíritu de Dios y de Su Palabra, y dado que Su convencimiento es continuo, mi quebrantamiento debe ser continuo.

El quebrantamiento es un estilo de vida que me lleva en dos direcciones. Es un estilo de vida vertical, sin techo, por así decir, en mi relación con Dios, mientras camino a la luz de la honestidad y humildad transparentes delante de Él. Pero es un estilo de vida que también requiere que yo exista sin paredes en mi relación con los demás. En las Escrituras hay unas ilustraciones maravillosas de personas quebrantadas; y frecuentemente, esas ilustraciones son contrastadas con las vidas de aquellos que no estaban quebrantados. Pienso, por ejemplo, en dos reyes del Antiguo Testamento que se sentaron en el mismo trono. Uno de ellos cometió un pecado serio contra el corazón de Dios, cometió adulterio, mintió, cometió asesinato para cubrir su pecado, y luego vivió durante un extenso período de tiempo, cubriendo su pecado desleal y traicionero delante de Dios y delante de su pueblo. Y aún así, en las Escrituras se nos dice que el Rey David era un hombre conforme al corazón de Dios.

Pensemos en el rey que lo antecedió, el rey Saúl, que pecó y si comparamos, si medimos su pecado, éste ni empieza a ser tan grande como el del Rey David. De lo único de lo que Saúl era culpable, si lo vemos de pasada, era de tener una obediencia incompleta. Y aún así, en respuesta a su pecado, él perdió su reino, su familia fue destruida, y estuvo bajo la ira y el juicio de Dios. ¿Por qué la diferencia? Los dos hombres fueron confrontados por profetas respecto a su pecado; y ambos dijeron verbalmente, “He pecado”. Pero como se puede ver, cuando el Rey Saúl confesó su pecado, su confesión se enmarcó en el hecho de culpar a la gente, de defenderse, de poner excusas, de racionalizarlo, de justificarse. Saúl reveló la verdadera condición de su corazón, cuando con el mismo aliento con el que dijo “He pecado”, dijo también “Por favor, no se lo digas al pueblo”. Lo enmascaró, mientras que el Rey David, al ser confrontado por su pecado, se inclinó con su rostro en el suelo delante de Dios, confesándolo, y la evidencia de ese corazón contrito es que escribió, para que todo el mundo lo viera, esos Salmos de contrición que tenemos en nuestras Escrituras hoy en día.

Como se puede ver, a una persona quebrantada no le importa quién lo sepa. A Dios no le preocupaba la naturaleza del pecado en sí misma, tanto como le preocupaba la actitud del corazón en la respuesta que dieron estos hombres cuando les confrontaron con sus pecados. Luego el Evangelio de Lucas nos da tres maravillosas ilustraciones en las que vemos comparaciones entre una persona quebrantada y una persona orgullosa no quebrantada. Recordarán la parábola que contó Jesús, y la Escritura nos dice que la contó a aquellos que confiaban en su propia justicia y que despreciaban a los demás. Él contó acerca de dos hombres que fueron al Templo para orar. Como recordarán, esto está en Lucas 18; uno de ellos era un Fariseo y, mientras se detenía para orar, las Escrituras dicen que él oraba consigo mismo y que su oración consistía en que miraba a su alrededor y se comparaba con todos los adúlteros, ladrones y malhechores que conocía y con un pequeño recaudador de impuestos que tenía a su lado, diciendo, “Oh, Dios, te doy gracias porque no soy como esos otros hombres pecadores que veo”. La gente orgullosa se compara con los demás. De manera que se estaba justificando; reclamaba su propia inocencia.

Pero allí a su lado, estaba un pequeño, despreciado recaudador de impuestos que ni siquiera se atrevía a alzar la vista el cielo sino que en la presencia de la santidad de Dios se golpeaba el pecho y decía, “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!” Como se puede ver, él se negó a justificarse a sí mismo, a dar excusas; en lugar de eso, justificó a Dios.

Continuará...

1 comentario:

Eli dijo...

genial y oportuno... gracias por compartir con nosotros. Definitivamente Dios nos sorprende con su amor al decirnos que debemos ser humildes y podremos gozar de esa comunion con El...