Esta es una historia de la vida real. Erase una vez un hombre cristiano que tenía una peluquería. Él asistía fielmente a una congregación de su cuidad, y una mujer de la misma iglesia vivía cerca de su negocio. Cada vez que ella pasaba por ahí, le hacía un comentario a su vecino del mismo tema: “el diablo esto y aquello”: que su empleada tenía algún espíritu, que las tijeras del logotipo de su peluquería parecían un demonio, etcétera.
Lamentablemente parecería que los cristianos estamos más concentrados en el diablo que en el mismo Cristo. Estamos más pendientes de las obras y artimañas del enemigo en el ambiente, que de lo que Dios demanda de nosotros en su Palabra. Hemos dejado de discernir lo que viene de Dios y lo que viene del diablo. La cosa funciona de esta manera: cuando hay cosas que parecen buenas a nuestros ojos humanos, exclamamos “¡Qué bendición!” Y claro, hasta hemos encontrado la base bíblica para ello: “Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, con el cual no hay cambio ni sombra de variación” (Santiago 1:17). Por supuesto que no dudamos ni por un segundo la veracidad de este versículo, pero necesitaríamos definir lo que significa “buena dádiva y don perfecto”. Algunos tristes ejemplos reales son los siguientes:
· “Encontré un nuevo trabajo en el que me pagan muy bien. Sí tendré que ocultar algunos datos en los libros de Contabilidad, pero, ¡qué bendición! ¡Es una muy buena paga!”
· “Me dieron de más el cambio en la tienda. ¡Qué bendición! Dios sabía que yo andaba sin dinero y me proveyó”.
· “Me salió un gran contrato pero tengo que dar un porcentaje de mis ventas para que firmen conmigo. Es lo mejor que me ha salido este año, ¡qué bendición!”
¿Será de Dios que desobedezcamos directamente su Palabra y que hagamos cosas que incluso a los ojos del mundo son corrupción? La respuesta obviamente es NO. Claro está, también sucede lo contrario. Vemos las cosas que a nuestros ojos humanos son malas y… Bueno, eso no puede venir de Dios, ¿o sí? Las cosas difíciles no nos gustan, eso ya no entra en la categoría de “bendición”, sino de “ataque”, y le culpamos al diablo de muchas cosas en las que él ni siquiera se ha dado por enterado que está involucrado. Le culpamos de nuestras deudas, cuando hemos sido malos mayordomos de lo que Dios nos da. Si nos despiden del trabajo, claro, fue un dardo del maligno, pero no nos fijamos en nuestra mediocridad. Cuando caemos y pecamos, nos lavamos las manos y decimos que fue el enemigo, así nos desligamos de toda responsabilidad y nos olvidamos que nuestras mismas acciones tienen un efecto negativo en nuestras vidas.
No todo lo que pensamos que es bueno es bendición, y no todo lo que pensamos que es malo viene del diablo.
“¡Vamos!”, pregunta alguien por ahí, “¿qué de los que pasan por todas esas pruebas injustamente?” Es una pregunta válida, y de hecho hay muchos “Job” en el mundo que en este momento atraviesan situaciones difíciles que no vinieron como consecuencia de sus actos. Sí, el libro bíblico nos dice que el acusador causó estos males a Job, pero primero pidió permiso al Soberano. ¿No era, entonces, también voluntad de Dios que Job pasara estas pruebas? Si Dios no lo hubiera querido, simplemente no lo hubiera permitido. En estos casos, la respuesta debería ser la misma que fue para Job: Dios permite que el justo sea probado porque quiere darse a conocer más íntimamente a su hijo, ya no “de oídas”, Él quiere que sus ojos Lo vean. El propósito del diablo no era acabar con la vida de Job, sino tentarlo para que maldijera a Dios. El apóstol Juan dejó bien clara una cosa: “Sabemos que todo el que ha nacido de Dios, no peca; sino que aquel que nació de Dios lo guarda y el maligno no lo toca” (1 Juan 5:18). Entonces, lo único que puede hacer el diablo en la vida de un verdadero hijo de Dios es tentarlo, ¡nada más! El que nos vaya bien o mal es cuestión de qué tanto hemos permitido que el Espíritu Santo maneje nuestra vida.
Hace algunos meses conversábamos sobre este tema y el Señor nos mostró, al analizar especialmente Job, que la vida está rodeada de circunstancias neutrales, no son buenas ni malas. Eso dependerá de nuestra reacción ante las mismas. Si nos dejamos guiar por el Espíritu y aprendemos lo que Dios quiere enseñarnos, entonces esa circunstancia (adversa o agradable) será buena. Si caemos en la tentación de quejarnos ante algo adverso o de olvidarnos del Señor ante algo agradable, por citar un ejemplo, esa circunstancia será mala. Creo que muy pocos han pasado cosas peores que Job, pero en medio de su aflicción él no dejó de alabar al Señor, por lo que al final tuvo un encuentro cara a cara con Él y fue reivindicado delante de los amigos que le acusaban. Romanos 8:28 nos dice también que todo lo que atraviesa un hijo de Dios es para bien.
Realmente nos está fallando algo cuando no somos capaces de aprender las lecciones de carácter o aceptar la disciplina q Dios tiene para nuestras vidas, y jamás nos ponemos a pensar: “A ver, Señor, ¿qué quieres tú que yo aprenda con esto?” Si, al contrario, damos por sentado que toda adversidad es “ataque del diablo”, nos perdemos ese encuentro cara a cara que tuvo Job, nos perdemos el milagro de profundizar nuestra relación con Dios en una manera vivencial.
Juan 10:4-5 dice que las ovejas saben reconocer la voz de su pastor y no seguirán a ningún otro. Por lo tanto, si de verdad conocemos a nuestro Pastor, sabremos reconocer todo lo que viene de Él. La Biblia nos dice en muchos pasajes que Dios es Soberano, que todo lo que sucede es porque Dios así lo permite y que nadie puede resistirse a Su voluntad. Esto debería darnos confianza, ¿no? Si estamos bien sujetos al señorío de Cristo y estamos seguros que quiénes somos en Él, pase lo que pase, nuestra fe nos sostendrá y nos ayudará a vencer cualquier asechanza o tentación del diablo.
A lo mejor te estarás preguntando qué sucedió con el hombre de nuestra historia, con el señor que trabajaba en la peluquería. Simplemente se lo dejó de ver en la iglesia a la que asistía. Cuando nos concentramos más en el diablo que en el Señor, somos tropiezo para otros. En este caso, este hombre se asustó y perdió su interés por Dios, no encontró la esencia verdadera del cristianismo y estuvo listo para ser devorado cuando el diablo le llenó de dudas. En cambio, cuando nos concentramos en el Señor, en obedecerle, en buscarle, en pasar tiempo con Él, en desarrollar una relación de intimidad con Dios, no hay tiempo para pensar en otras cosas. Al acercarnos a Dios, como dice Santiago, Él también se acerca y podemos resistir al diablo de una manera tan efectiva, que huye de nosotros (Santiago 4:8-9).